jueves, 14 de marzo de 2024
Puerta Gallegos
martes, 12 de marzo de 2024
Pequeño, peludo suave
jueves, 7 de marzo de 2024
41 Trinan con alborozo
domingo, 3 de marzo de 2024
Somos fuerzas porque somos vidas
Los poetas y las enamoradas, o los enamorados y las poetas, a veces guardan la hoja de una flor entre las páginas de un libro como recuerdo de una tarde feliz en amada compañía. No es ritual vacío, moda o muesca a lo Tenorio en la cacha del revólver. Quien lo ha hecho lo sabe. Esa hoja es una historia lejana de amor. Un hito que vuelve al cabo del tiempo.
Me acaba de ocurrir. En el Libro del desasosiego, de Fernando Pessoa. La hoja de un lirio entre las páginas 200 y 201. No recuerdo haberla puesto allí, aunque sí que leí el libro. Corría 1984. Y estaba solo. Desconsoladamente solo. Cuando la conocí. En alguno de los bares de entonces. Unas veces con su hijo de apenas dos años. Otras sola. Actriz de teatro infantil. En primavera y verano, contrataban la Diputación o el Ayuntamiento. Los inviernos, penosos. Con días de soledad y hambre.
Así fue un poco nuestro amor. Labios fríos. Caricias sin futuro. Camas prestadas. Desangeladas.
Ternura a pesar de todo.
Amada flor de lis.
miércoles, 28 de febrero de 2024
Lo que permanece lo crean los poetas
Vuela el tren sobre los campos de La Mancha mientras leo unos versos de Friedrich Hölderlin. Son poemas de juventud, que emocionan por la pureza de su aliento romántico, por su arrebatado aspirar a un mundo ideal, armonioso, bello.
De vez en cuando miro por la ventanilla y veo unas hermosas nubes de resplandeciente blancura en el horizonte: un paisaje amplio, luminoso, vivo. En armonía con los versos que voy leyendo. Y siento renacer en mí el impulso, el entusiasmo juvenil —el empuje de la tormenta—, la conciencia, también, de este mundo sórdido, materialista, frustrante, que duele, del que sólo es posible escapar con la voluntad de ensueño del poeta.
que se abrasa bajo el yugo de esta edad de bronce?
¿Por qué, débiles corazones, querer sacarme
mi elemento de fuego, a mí, que sólo puedo vivir en el combate?»
«La vida no está dedicada a la muerte,
ni al letargo el dios que inflama».
Es consciente el poeta de la dolorosa herida que supone el vivir —«hicieron una quemadura en mi corazón, // pero no lo han consumido»—, pero lo es también de que, perdida la inocencia de la niñez y de la juventud, despojado del paraíso y de la feliz edad de oro, sólo nos queda la lucha, el sueño:
«Mi siglo es para mí un azote.
Yo aspiro a los campos verdes de la viday al cielo del entusiasmo».
viernes, 23 de febrero de 2024
Cosas de hermanos (3)
En la hoja de servicios del tío Pepe en la Guardia Civil, leemos la anotación que ya conocemos correspondiente al año 1936: «Al iniciarse el Glorioso Movimiento Militar Salvador de España, se hallaba este cabo prestando sus servicios en la Comandancia de Almería, su destino, y al quedar aquella provincia en poder de los marxistas, continuó en situación desconocida y en la misma finó el año». Para 1937 y 1938 encontramos la misma nota manuscrita: «Todo el año en la misma situación desconocida en que finó el anterior». Finalmente, las líneas correspondientes a 1939 detallan: «Continúa en su anterior situación. El Señor Primer Jefe de la Comandancia de Almería, en escrito fecha 10 de mayo marginal, participa al Señor Coronel del Tercio que el cabo comprendido en la presente verificó su presentación en Alicante al ser liberada dicha capital por las tropas nacionales».
¿Qué fue del tío Pepe durante los tres años de guerra? En casa conocíamos solamente el episodio del barco, cuando se libró de ser fusilado haciéndose pasar por otro, pero una llamada telefónica de mi hermana y una breve investigación en archivos y estudios históricos me pusieron enseguida, si no sobre sus pasos, sí muy cerca de ellos, aunque pronto pude comprobar que su periplo carcelario era guadianesco.
Ya vimos que ingresó en prisión provisional apenas una semana después del alzamiento, el 24 de julio; lo que no he podido averiguar con exactitud es dónde pasó sus primeras semanas, pero existe una hipótesis razonable que concuerda con la historia del barco.
En los primeros días de la sublevación militar, se organiza en Almería el comité Central Antifascista, formado por hombres de los distintos partidos y organizaciones del Frente Popular, presidido por el socialista Cayetano Martínez Artés. Este Comité Central, que fija su sede en el Casino Cultural, actúa al principio como la máxima autoridad política, por encima incluso del Gobierno Civil, y organiza la represión de los derechistas y afines al golpe militar, bien mediante detenciones oficiales y juicios ante un Tribunal Especial Popular, bien mediante excarcelaciones y ejecuciones inmediatas. En pocas semanas, la prisión de Almería —Gachas Colorás— se queda pequeña y desde el 27 de septiembre se transforma en prisión de mujeres, mientras los hombres son trasladados a otros lugares. Hay que improvisar cárceles para tantos detenidos. Una de ellas es la capilla del convento de las Adoratrices, en el barrio del Quemadero, donde ingresan los primeros presos el 25 de julio. Otra es el Colegio La Salle, todavía en construcción, en el que se habilitan la planta baja como Cuartel de Milicias y tres amplias salas de la primera planta como prisión. Se recurre también al Ingenio, una antigua fábrica de azúcar —Virgen de Montserrat (1885)—, transformada luego en fábrica de productos químicos y ahora en cárcel donde se hacinan en condiciones insalubres religiosos, militares y partidarios de Franco. Finalmente, dos barcos mercantes dedicados al transporte de carbón y de mineral de hierro, atracados en el puerto, se convierten en barcos-prisión: el «Capitán Segarra» y el »Astoy Mendi». Se habla de 500 hombres hacinados en sus bodegas con restos de residuos tóxicos, con la sola ventilación de las escotillas, sin condiciones higiénicas, con calor asfixiante y ambiente nauseabundo, con escasa luz y pésima alimentación. En ambos barcos se hicieron sacas desde mediados de agosto hasta finales de septiembre. El tío Pepe estuvo, sin duda, en uno de esos barcos, sobrevivió a las sacas y sobrevivió a las inmundas bodegas. Todo casa con lo que mi madre nos contaba.
Es muy posible que sus primeras semanas como prisionero las pasara en la cárcel almeriense de «Gachas Colorás» —en las Adoratrices, o en La Salle—, y que una vez desbordada su capacidad pasara a uno de los barcos prisión que ya conocemos, hasta que en fecha desconocida fue trasladado a la prisión del Ingenio. Supongo que este primer tramo de su experiencia carcelaria fue el más duro: decidirse a favor o en contra del golpe militar y traicionar el juramento a la República, la detención, el juicio ante el Tribunal Popular y la condena, la separación de la familia, el temor a morir en una saca, las condiciones deplorables del encarcelamiento, la inactividad y el no saber nada del exterior castigarían duramente el ánimo de aquel manchego de 29 años, de marcado temple e instinto de supervivencia que no estaba dispuesto a caer fusilado o muerto de hambre a las primeras de cambio.
El segundo tramo de encarcelamiento, cuando lo sacan del barco prisión, debió liberarlo de miedos, procurarle un cierto optimismo, un alivio al menos, después de su paso por la nauseabunda y oscura bodega del barco. Se sabe, y está documentado, que presos del «Astoy Mendi» —¿uno de ellos el tío Pepe?— fueron trasladados a la prisión del Ingenio a partir del 6 de noviembre de 1936, y podemos afirmar, porque está documentado, que en su periplo carcelario, ingresó en la Prisión Provincial de Almería el 8 de mayo de 1937, procedente... ¡de la Prisión del Ingenio!, como leemos en su expediente procesal: «Ingresa en esta prisión, procedente de la Prisión del Ingenio, entregado por fuerza de la GNR, en concepto de penado a disposición». Pasó ocho meses en la antigua Prisión Provincial de Almería, hasta el 27 de diciembre, en que lo trasladan al Campo de Trabajo de Totana (Murcia).
Este campo fue el primero creado por el gobierno republicano. Formaba parte del proyecto del ministro de Justicia, el cenetista Juan García Oliver, que pretendía renovar la política penitenciaria y aprovechar la mano de obra de los condenados por los Tribunales Especiales Populares y los Jurados de Urgencia, por conspiración o por desafección al régimen. En lugar de pelotas, calcetines y otras menudencias, los penados trabajarían en obras de utilidad pública: canales de riego, ferrocarriles, carreteras, instalaciones de agua potable, repoblación forestal, escuelas, granjas agrícolas…
Publicado a finales de diciembre de 1936 el decreto de creación de dichos campos, el de Totana estaba listo a finales de abril de 1937, y el 5 de mayo los primeros condenados cruzaron sus puertas, sobre las que campaba el lema: «Trabaja y no pierdas la esperanza». Para las principales dependencias del campo se había aprovechado el convento y el colegio de los Capuchinos, que lo habían abandonado en los primeros días de guerra. Los informes de este campo destacan sus buenas costumbres y su adecuada conducta.
Venturosas me las aventuraba cuando localicé el historial penitenciario del tío Pepe, ya que leí con precipitación y supuse que estando él en Totana acabó la guerra civil. Salvo las circunstancias del viaje final hasta Alicante, que no se menciona en ningún documento, el periplo carcelario parecía cerrarse en aquel convento capuchino, donde los penados trabajaban en la traída del agua para la población y en la construcción de una carretera local. Pero no fue así.
En la sección «Vicisitudes penales y penitenciarias» de su expediente en el campo de trabajo, leemos el siguiente apunte, fechado el 16 de mayo de 1938: «Por resolución del Tribunal sentenciador […] se dispone que este interno pase destinado al Batallón disciplinario n.º 2 de Trabajo, afecto al Ejército de Extremadura». Días más tarde, el 27 de mayo, el tío Pepe es entregado a las fuerzas de asalto, que lo conducen hasta Almadén y lo ponen a disposición del jefe del batallón disciplinario. ¡Otro bandazo de la maldita guerra! Otro golpe en la moral, otra dramática incertidumbre. Nos adentramos así en el tercer tramo del recorrido penal, como el Guadiana, el tío Pepe desaparece durante diez meses, hasta que se presenta a sus superiores en Alicante.
jueves, 22 de febrero de 2024
18 de febrero
Nací con el frío —una ola blanqueaba Europa— y con el miedo al comunismo, que amenazaba al mundo con la bomba atómica y con la bomba H. Nací con Franco —la leyenda asegura que mientras desayunaba— firmando sentencias de muerte. Del Pardo habían salido nuevos nombramientos, simples cambios de guardia en la transmisión del mando, según declaraba la prensa del Movimiento. Nací con los camisas azules —acrisolada lealtad al régimen, fidelidad a los principios del 18 de julio, insobornable honestidad, espíritu combativo, indiscutible eficiencia—, con el «Cara al sol» a diario, con la enciclopedia Álvarez y el catecismo de la doctrina cristiana, con viejos pupitres manchados de tinta y con los bidones de leche en polvo. Nací en los días de fastos inaugurales del Córdoba Palace, aquella nueva joya de la hostelería cordobesa, construida y confortablemente equipada en el corto plazo de un año y dos días. Nací con Manolete muerto, pero con la sombra triste de doña Angustias en aquella casa de mármol blanco junto al jardín de las palomas: mi madre nos hablaba de Linares, de Islero, del gentío que asistió al entierro y de la avioneta que arrojaba flores. Nací con la televisión en blanco y negro desde el Paseo de La Habana. El rojo sólo se veía en la bandera, en la casulla de los curas y en las plazas de toros.
Tiempos de guerra —ya sabemos del contubernio estadounidense-israelí— en Oriente Medio, de revolución en Argentina y Perú. De segregación racial, cuando las autoridades académicas, secundadas por una mayoría de estudiantes blancos, expulsaron de la Universidad de Alabama a la estudiante negra Juanita Lucy. Días, en fin, de guerra fría, en que los cordobeses pudieron entretenerse en el Palacio del Cine con El Piyayo, la obra póstuma del popular actor Valeriano León; con las aventuras de tres monjas y un taxista —Un día perdido— para encontrar a los padres de un niño abandonado en una cesta, que se proyectaba en el Duque de Rivas; con la comedia francesa Americanos en Montecarlo, en el Alkázar; en la sesión continua —Falsa obsesión— del Gran Teatro, con Michèle Morgan y Raf Vallone en grandioso technicolor, con alguno de los dos pases de Cerco de odio en el Góngora; pero si preferían cines de barrio pudieron elegir el Séneca, de la barriada Fray Albino, y el Magdalena, en el barrio del mismo nombre, para ver a Gary Cooper, Richard Widmark y Susan Hayward en El jardín del diablo, o el programa doble —La mujer y el monstruo, Perseguido— del cine Iris, en San Lorenzo.
Aquel domingo, 18 de febrero, a las siete y media de la tarde pronunciaba el poeta y académico Ricardo Molina en la sede de la Real Academia de Córdoba su tercera conferencia sobre el escritor cordobés Dionisio Solís, que vivió a caballo entre el XVIII y el XIX. Nadie podía imaginar que el hilo del tiempo y del azar volviera a conectarme con aquel poeta, fundador del grupo «Cántico», muchos años después, cuando descubrí sus versos, y luego cuando en mi memoria de investigación del doctorado recuperé y analicé sus artículos periodísticos.
Esa misma tarde, el reverendísimo obispo fray Albino asistió en la iglesia de la Compañía a la misa que cerraba el solemne triduo ofrecido por la Congregación Mariana a su fundador, el beato Marcelino de Champagnat. Ya por la noche, en el Hogar Juvenil San Fernando, hubo junta general de la Legión de Guías y Cadetes del Frente de Juventudes para debatir sobre la consigna de la semana: «Fe y lealtad al mando y perseverancia en el servicio».
Por lo demás, en el escalafón taurino mandaban los dos Antonios, Bienvenida y Ordóñez, y los caballeros rejoneadores Carlos Arruza y Ángel Peralta. A Jaime Ostos, Malaver, Julio Aparicio, Joaquín Bernadó, y los novilleros Victoriano Valencia, y Chamaco les quedaban todavía unas temporadas para cuajar.
Sí, circunstancias.